¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos?

Laura de la Puente

Crecí en una antigua relojería viendo el trabajo minucioso de mi abuelo, entre todo tipo de herramientas que ya no sabría nombrar. En aquella época, en el pueblo, había sastres, panaderos, barberos, boticarios… personas dedicadas en cuerpo y alma a sus oficios. Mi abuelo no miraba el reloj, y era relojero, para ver si cerraba ya la tienda, sentía pasión por lo que hacía, no existía el tiempo.

Un día llegó un regalo: La historia interminable, pero al contrario de lo que dice el título, sí acabó. Recuerdo haber llorado porque no quería que aquello acabase nunca, o quizás lo que no quería que terminase era aquella sensación de estar viviendo algo diferente. Esa fue la razón por la que desde entonces, nunca pude parar de leer. Ese regalo no fue solo un libro, fue un súper poder, el de vivir otras vidas, convertirme en otra persona, huir de mi realidad.

Todo esto sucedió mecida por el saxo de John Coltrane, músico que en aquella época escuchaba continuamente gracias a mi tío, que me contagió su pasión por el Jazz. Me convertí en pianista, algo que pude abandonar definitivamente, no sin sus consiguientes traumas, para dedicarme por completo al mundo del libro.

Trabajé en bibliotecas y librerías hasta que llegué al mundo editorial, en el que siempre tuve el mismo sueño: ser editora.

Tiempo después apareció la fotografía en mi vida, invadiéndolo todo, y me puse a estudiar sin parar: desde el manejo de una cámara digital, hasta el trabajo en un laboratorio, pasando por el estudio de técnicas históricas del S. XIX, y otras técnicas completamente experimentales.

Finalmente, la vida me puso en el camino a Santiago Úbeda, con el que entre otras muchas cosas, pude hacer realidad mi sueño y juntos hemos creado El Galgo Rosa, donde encajan todas las piezas como encajaban las pequeñas piezas de los relojes en aquella relojería de pueblo.

Santiago Úbeda Cuadrado

Toda mi vida ha estado vinculada a la literatura. Ya desde niño me recuerdo leyendo novelas infantiles y juveniles, pero también a autores clásicos como Machado, Baudelaire o Dostoievsky, en ediciones amarillentas que mis padres tenían en la librería del salón. También me recuerdo escribiendo, en parte gracias a un buenísimo profesor que tuve en Primaria. Se llamaba Carlos y le llamábamos de don, aunque nunca tuvimos con él ninguna distancia. Sencillamente era otra época.

Con el tiempo, yo también me hice profesor de Lengua y Literatura y aprendí a escribir con otros, esto es, con los alumnos: poemas, relatos, novelas cortas, obras de teatro, opiniones, guiones de radio, revistas con reportajes, entrevistas, crónicas, textos humorísticos… No creo que haya nada que se nos haya resistido.

Entre medias me publicaron un par de libros (El rey desnudo y Al encuentro de no sabemos qué cosa), participé en alguna antología y saqué algunos artículos, ensayos y entrevistas en revistas literarias y culturales.

Hace algo más de dos años irrumpió en mi vida con una fuerza y velocidad inusitadas para quienes no estén familiarizados con este tipo de animales, El Galgo Rosa, un proyecto de edición de libros que me voló la cabeza para siempre.

Desde ese momento, el trabajo que ha marcado un antes y un después ha sido Poemierdas para un (des)confinamiento, con textos como “La poemierda y su hacedor: ¿A qué llamamos poemierda?” o “Incluso entre poetas y poemierdas triunfa siempre el amor”. Gracias a este libro y a Laura de la Puente, con quien lo elaboré, mi labor literaria se “desconfinó”, aparte de que fue el comienzo mismo de El Galgo Rosa.

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